domingo, 21 de noviembre de 2010

La Pluma y sus secuaces



Siempre pasa que las ideas no quieren salir de la linda casa tubular de plástico que las contiene. Seguro más de uno se escandalizará al pensar que la autora de estas líneas está considerando seriamente que a la hora de escribir no son las ideas que habitan en la cabeza las que finalmente quedan plasmadas en el papel. Dos grandes malosas, la mano y de la hoja de papel, son cómplices de la malvada Pluma que busca transmitir sus ideas destructivas.


La mano, con su pensamiento propio, acepta decirle que sí a la coqueta pluma que ha prometido darle una exquisita experiencia gracias a su trazo suave. ¡Qué pocas ambiciones tiene la mano! Y la hoja de papel cede porque se siente muy desnuda; La Pluma ha prometido remediar esta situación con un delicioso vestido de encaje negro que hará lucir espléndida a su cómplice.


El problema de La Pluma no es, por tanto, convencer a las muy tontas mano y hoja de papel para que presten sus atributos y servicios a sus malvadas intenciones. La Pluma es negra hasta su centro, y siempre ha pretendido ganarle a la cabeza en los momentos en que alguien trata de escribir. Si Don Cerebro trata de poner algo por escrito, la mano hace de las suyas, y las ideas de la buena masa gris nunca llegan a la hoja de papel.


La verdadera razón y único motivo por el cual La Pluma nunca ha podido conquistar al mundo valiéndose de las malosas es muy sencilla: las ideas que nadan y se pudren en su negro interior son tan flojas que simplemente no pueden abandonar su hogar perfecto. Cuando la mano logra acomodar a su nueva patrona en una posición cómoda para escribir, la casita de las ideas se calienta a la temperatura perfecta para éstas se puedan dormir. No quieren salir de la casa, entonces La Pluma sólo puede manipular a la mano para que escriba cualquier tontería.


Pero la peor desgracia para La Pluma es que la sustancia interior que mantiene vivas a las ideas y, por tanto, la esperanza de conquistar al mundo, se termina tarde o temprano. Si las ideas no despiertan cuando la mano escribe, la humanidad está a salvo.


Por cierto que los grandes pensadores que usaron piedra y cincel, plumas de pájaro, máquinas de escribir o computadoras para explicar el porqué de tantas y tantas cosas jamás se vieron atrapados entre las garras de La Pluma (las últimas dos palabras se deben leer de modo siniestro).

1 comentario:

Jorge Raúl Nacif dijo...

Me gustó mucho este texto. No cabe duda que tu tienes una gran pluma, qu esi escribe lo que decide, lo hace super!