miércoles, 24 de noviembre de 2010

Fin del milenio: Primera parte

Crecer en Estados Unidos, sin duda, ha sido una de las grandes experiencias de mi vida. Es cierto que a finales de los 90 ocurrieron algunas cosas en México que marcaron a mi generación, pero que irremediablemente me perdí debido a mi ausencia En este momento recuerdo dos grandes acontecimientos ocurridos en 1999 y 2000, pero no porque los haya vivido de cerca , sino porque años después los estudié en la universidad.

Con cara de sropresa vi la cobertura mediática que recibió el asesinato del presentador de TV, Paco Stanley. Todos mis compañeros estaban familairizados con el caso, pero yo apenas lograba recordar vagamente al carismático personaje. Ahí me enteré que había sido asesinado en El Charco de las Ranas, un resturante ampliamente conocido.

El segundo suceso fue la campaña presidencial que llevo a cabo el panista Vicente Fox, para sacar el PRI de Los Pinos. Durante la secundaria (2001-2003) todas mis compañeras hacían eco de la famosísima palabra de Fox: "Hoy". En clase también me causó mucha gracia el apodo que Chente le dio al candidato oficialista, Francisco Labastidoa Ochoa: "La Vestida".

Claro que con el correr de los años tuve la oportunidad de atestiguar muchas, muchísimas metidas de pata por parte de Fox, frases que ahora son clásicos y motivos de broma entre mis pares: "lavadoras de dos patas"; "bueno, Fidel, comes y te vas"; "los mexicanos hacen trabajos que ni los negros quieren hacer"; "José Luis Borgues", etcétera.

Pero en Estados Unidos atestigüé cosas de una manera mucho más cercana que cualquiera de los jóvenes con los que convivo hoy. Recuerdo que a finales de 1998 y principios de 1999, Estados Unidos estaba a la expectativa de qué ocurriría con el futuro político del entonces presidente Bill Clinton.

La verdad es que no entendía muy bien lo que había ocurrido con Monica Lewinsky, pero sabía que no era bueno. Mrs. Madden, una de las mejores maestras que he tenido, nos dejó de tarea ver por televisión el impeachment trial al que Clinton se vio sometido. Junto con muchos millones de americanos seguí en vivo el proceso mediante el cual el congreso declaró "no culpable" al Presidente.

¿Cómo olvidar las elecciones presidenciales de 2000? Recuerdo perfectamente a los candidatos republicanos (George Bush y John McCain) y a los demócratas (Bill Bradley y Al Gore) que llegaron a las primarias. Todos sabemos que, eventualmente, Bush le robaría las elecciones a Gore, quien después de algunos años ganaría el Premio Nobel de la Paz. El día de las elecciones, una deliciosa jornada otoñal de Nueva Inglaterra, las casillas se colocaron en la mini plaza pública que el pueblo tenía. Papá votó por Ralph Nader, como siempre.

Y el nuevo milenio. Todo Estados Unidos estaba inmerso en pánico debido al famoso Y2K (problema informático que nos llevaría de regreso a la Edad de Hierro). No se fundió un solo foco. Pero sí recuerdo que el 31 de diciembre de 1999 toda la familia fue a comprar provisiones, por si las dudas. Todos, al parecer, tuvieron la misma idea porque las filas para pagar eran -ésas sí- apocalípticas.
Llegó el 2000 en Europa: París iluminó a la Torre Eiffel; Londres, siempre sofisticado, presumió su "ojo", y el Millenium Dome. Estados Unidos se calmó un poco y el mundo siguió girando.

Comentario a"Sobre algunos ridículos"

¿Cómo puede alguien ser indiferente a esos ojos?

Perdón por mi egoísmo.

Perdón por mis exigencias.

Perdón por mi comodidad.

Perdón por no dejar ir.

Perdón por olvidar.

Perdón por mi soberbia.

Perdón por deprimirme.

Perdón por todas las tonterías que hago.

Perdón.

Sobre algunos ridículos

La planeación de la cena de Navidad en mi casa es siempre un problema por los diferentes gustos que cada miembro de la familia tiene. Muchas veces hay alguien que no está conforme con lo que mamá cocinó para cenar, pero lo bueno es que en Navidad nadie se queja de la comida y todos procuran poner cara de satisfacción.

Papá es un fanático del salmón, y este año está haciendo un agresivo cabildeo para que el platillo estelar de Nochebuena sea el pescado rico en Omega 3 y otros nutrientes raros. Parece que a nadie más se le antoja.

Mamá siempre lucha para que cenemos romeritos y el famoso bacalao a la vizcaína. Como ella es la gobernante absoluta del cuarto en el que los complejos alimentos comienzan a vivir, siempre hay romeritos en la cena. El bacalao no corre la misma suerte por ser más pesado y chocar con otros platillos igualmente sustanciosos.

Piernas de pavo es lo que siempre demanda la hermana mayor. No importa qué cosa se vaya a cenar en Nochebuena, la primogénita tiene garantizado que mamá -aparte de lo que comemos los demás- le servirá la gigantesca extremidad del guajolote.

La otra hermana no se conforma con la pierna del ave,pide el pavo completo. La familia supone que no pide el platillo en cuestión sólo por el sabor, sino también, y principalmente, por la imagen de feliz familia unida que l pavo en la mesa es capaz de transmitir.

Por mi parte -los que me conocen lo saben muy bien-, siempre prefiero que el menú, cualquiera, no sólo el de Navidad, contenga una fuerte dosis de carnes rojas. El puerco no ejerce una fascinación tan fuerte sobre mi como la res, pero es medianamente aceptable. Las hamburguesas, aunque no las pido para Navidad, me encantan, y con mayor razón si la carne está bien condimentada.

En fin, ignoro si las otras familias que habitan esta pequeña esfera llamda tierra tienen los mismos problemas para escoger la cena navideña. En efecto, los lectores estarán pensando que muchas personas ni siquiera pueden "pelearse" por cuál debe ser el gran platillo en la cena de Navidad porque sencillamente no tienen qué comer.

En México ya es temporada navideña desde hace meses, pero es a partir de noviembre cuando las compras y el consumismo se empiezan a acentuar. Cada año se dice lo mismo un millón de veces, pero sí creo que es importante reflexionar sobre las grandes carencias que sufen algunas personas, mientras otras tienen de todo en abundancia (para tirar al final, por cierto).

De verdad espero que este años la cena navideña no sea motivo de discusión en mi casa. Ojalá todos -ustedes y yo- podamos pensar más en el sufrimiento de los pobres haitianos, por ejemplo, que se mueven de cólera a casi un año del terremoto que dejó a muchos isleños sin casa.

domingo, 21 de noviembre de 2010

De Duques, Duquesas, árboles y lunas.

Recientemente vi la película "La Duquesa", protagonizada por Kiera Knightley y Ralph Fiennes, en la que se relata la escandalosa vida de Georgiana Spencer, esposa del rico William Cavendish, Duque de Devonshire. La caja del DVD decía que la trama está basada en una historia verdadera.

La Duquesa, según se ve en la película, es extremadamente infeliz en su matrimonio, en especial por las continuas infidelidades de su marido. Georgiana aprende a tolerar las aventuras el Duque, pero la desgracia se apodera por completo de ella cuando descubre la relación adúltera que William mantiene con Bess, su mejor amiga y único consuelo. Ridículamente los tres viven bajo el mismo techo por 25 años; Bess será la amante, y Georgiana, la esposa. Eventualmente, Bess, al morir la Duquesa, se casa con el Duque.


Por despecho, Georgiana se ve involucrada en un intenso amorío con Charles Grey (quien por cierto se convirtió en Primer Ministro y en cuyo honor se nombró el exquisito té Earl Grey). Las aventuras del joven y agradable Grey con Georgiana traen como consecuencia el nacimiento de Eliza, niña que se vio obligada a crecer lejos de sus padres para evitar el escándalo.


El tema de esta entrada no es la película porque no soy crítica de cine, pero me da pie para contar lo que sucedió después de que termino la cinta. La leyenda "Basada en una historia verdadera" siempre despierta mi curiosidad, así que pensé que sería interesante investigar que tan cierto es el retrato que se había presentado de la Duquesa de Devonshire.


Todo es cierto: el matrimonio desastroso y vacío de amor, la aventura con Lord Grey, la existencia de Bess, el nacimiento de Eliza y la importancia de Georgiana en la vida política y social de la Inglaterra del siglo XVIII.


Como una cosa lleva a la otra, lo que empezó siendo una búsqueda sobre los Duques de Devonshire, terminó con el artículo que alguien publicó en la Wikipedia sobre Eton, la prestigiosa escuela inglesa de la que han salido diecinueve primeros ministros, incluido David Cameron. Llegué hasta ahí a través de complicados árboles genealógicos llenos de nombres desconocidos y sin mucha importancia, a pesar de que muchos ostentaban títulos de la elegante nobleza inglesa.


Es triste pensar que en unos años muchos de los que hoy habitamos la tierra terminaremos siendo un triste renglón en el árbol genealógico de algún extraño tataranieto que vivirá en la luna porque será contratado por una importante compañía interplanetaria. Y luego de varios años ni siquiera ocuparemos el renglón porque las ramas del árbol habrán crecido tanto que ya no existirá ningún espacio y porque tampoco respirará alguien que se acuerdo de nuestra existencia.


Yo sólo puedo llegar -sin contar las suposiciones históricas como Rob Roy, los Duques de Argyll y Nathan Hale- hasta Henry Laubscher y Catherine Schaeffer, pobres granjeros alemanes, bisabuelos de mi bisabuelo por el lado paterno. Lo demás, como se dice, es historia.

La Pluma y sus secuaces



Siempre pasa que las ideas no quieren salir de la linda casa tubular de plástico que las contiene. Seguro más de uno se escandalizará al pensar que la autora de estas líneas está considerando seriamente que a la hora de escribir no son las ideas que habitan en la cabeza las que finalmente quedan plasmadas en el papel. Dos grandes malosas, la mano y de la hoja de papel, son cómplices de la malvada Pluma que busca transmitir sus ideas destructivas.


La mano, con su pensamiento propio, acepta decirle que sí a la coqueta pluma que ha prometido darle una exquisita experiencia gracias a su trazo suave. ¡Qué pocas ambiciones tiene la mano! Y la hoja de papel cede porque se siente muy desnuda; La Pluma ha prometido remediar esta situación con un delicioso vestido de encaje negro que hará lucir espléndida a su cómplice.


El problema de La Pluma no es, por tanto, convencer a las muy tontas mano y hoja de papel para que presten sus atributos y servicios a sus malvadas intenciones. La Pluma es negra hasta su centro, y siempre ha pretendido ganarle a la cabeza en los momentos en que alguien trata de escribir. Si Don Cerebro trata de poner algo por escrito, la mano hace de las suyas, y las ideas de la buena masa gris nunca llegan a la hoja de papel.


La verdadera razón y único motivo por el cual La Pluma nunca ha podido conquistar al mundo valiéndose de las malosas es muy sencilla: las ideas que nadan y se pudren en su negro interior son tan flojas que simplemente no pueden abandonar su hogar perfecto. Cuando la mano logra acomodar a su nueva patrona en una posición cómoda para escribir, la casita de las ideas se calienta a la temperatura perfecta para éstas se puedan dormir. No quieren salir de la casa, entonces La Pluma sólo puede manipular a la mano para que escriba cualquier tontería.


Pero la peor desgracia para La Pluma es que la sustancia interior que mantiene vivas a las ideas y, por tanto, la esperanza de conquistar al mundo, se termina tarde o temprano. Si las ideas no despiertan cuando la mano escribe, la humanidad está a salvo.


Por cierto que los grandes pensadores que usaron piedra y cincel, plumas de pájaro, máquinas de escribir o computadoras para explicar el porqué de tantas y tantas cosas jamás se vieron atrapados entre las garras de La Pluma (las últimas dos palabras se deben leer de modo siniestro).