Faltan algunos minutos para que den las tres en la Ciudad de México. En algunas partes del mundo la noche ya ha devorado al sol una vez más en su eterna lucha por dominar al hombre. Si la noche gana, el hombre duerme; si gana el sol, el hombre trabaja.
París, a pesar de ser la Ciudad de las Luces, en estos momentos se prepara para dormir porque, como es diciembre, el sol no voltea a ver a los parisinos, o a ningún otro europeo en estos momentos.
Las panaderías y los cafés deben estar cerrados. El río Sena, en lugar de reflejar la luz del sol, tiembla silenciosamente bajo la luz de los faros que alguien puso a lo largo de las decenas de puentes que deben cruzarlo.
Nunca he estado en París, pero mi mente recrea lo que otros me han contado. Me puedo imaginar al Sena, largo y silencioso reflejando la luna otra noche más, que para él ya no será novedad.
Hoy el río parisino debe dormir pacíficamente. Mañana, seguramente, algún visitante lo contemplará por primera vez y sabrá, ahora por su cuenta, del encanto del Sena y de sus puentes. Eventualmente, claro, la poderosa Eiffel distraerá al turista, y el Sena, con sus puentes, pasará a un segundo plano. El turista recordará al maravilloso Sena sólo cuando alguien le pregunte cómo se llama el río de París. El turista, haciendo alarde de su amplia cultura, contestará, en mal francés, que el río se llama Senne. Pero por supuesto que podrá describir a la perfección a Eiffel, aunque las pinturas escondidas en el Louvre sean mejores.
Un día después, el turista visitará alguna panadería, o una boulangerie, de París, pedirá un croissant, cruzará la calle y, por supuesto que en mal francés, pedirá un cafe au lait en alguna cafetería. Las terrazas del café, en especial las que ven hacia la Torre Eiffel, han sido protagonistas en la mente del turista que ahora se sienta a comer su croissant, tomar su café au lait y disfrutar de la magnífica vista que ofrece el local parisino. Ese momento quedará grabado ene le corazón y en la mente de nuestro querido turista para siempre...
Puede ser que París no sea lo que describo, pero en lo personal quiero que sea éso. París es la ciudad que huele a pan, que está inundada de rosas y de las notas que salen del acordeón. Muchas parejas de enamorados pasean por los puentes del Sena y señora elegantes entran a las mejores boutiques de Champs Elysees.
Después de algunos maravillosos días en París, el turista irá a una playa, lo más probable es que sea una en la Costa Azul. El mar le recordará aquella canción de Charles Trénet, y la situación en general lo convertirá en un personaje más de alguna hermosa pintura impresionista de playa que vio colgada en algún museo que no recuerda bien.
Regresará a París, comprará algunos souvenirs y se subirá al avión. Al contemplar la noche en la Ciudad de las Luces, el turista quedará enamorado de ella y prometerá regresar. Un año después, mientras su avión despega de alguna otra ciudad, olvidará París y lo único que quedará es el recuerdo de Eiffel y una borrosa imagen del Sena.
Imagen: digitalaltacalidad.com
1 comentario:
¡Me encantó este texto!
Felicidades
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