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Resulta que a algún loco se le ocurrió decir, no sé cuándo, que la pluma es más poderosa que la espada. A pesar de ser comunicadora, y digo lo siguiente,con gran vergüenza, aún no he probado las delicias del poder que da la pluma cuando las palabras trazadas por su fina punta influyen en la vida de alguien más.
Recientemente me he dado cuenta de que, después de todos los ratos amargos que he pasado por su culpa, sí me gusta escribir. Claro está que no tengo el talento de un premio Nóbel en el manejo de la combinación de letras, pero por muy humilde que sea mi forma de escribir, he llegado al punto de disfrutarlo.
¿Qué si me cuesta trabajo? Sería la mentirosa más grande del mundo si dijera que las palabras simplemente fluyen. La realidad dista mucho de ser esa maravillosa fantasía.
Llevo años escribiendo, pero poco tiempo disfrutándolo. A lo largo de mi vida académica he entregado “escritos” que lejos de llegar a un mínimo grado de belleza, terminan siendo ridículos y vergonzosos.
Creo que mi problema se centra principalmente en que quiero escribir como los otros escriben y como desean que escriba. Vivo aprisionada en un molde rígido de reglas y fórmulas que ni siquiera domino.
A veces, para cambiar la escritura, y el mundo, es necesario romper con todo aquello que está establecido. En la escritura hace falta ser valiente. Los escritores tienen o, si me lo permiten, tenemos que usar con valentía esa pequeña espada que está a nuestro alcance.
Siempre me ha gustado pensar que prácticamente todo lo bueno que puede hacer el hombre, está gobernado por la correcta combinación de unas pocas letras que harán que actuemos de la mejor manera en cada circunstancia.
Me atrevo a decir que aquellos que han tenido la valentía de levantar esa pequeña pero orgullosa espada en nombre de todo lo bueno que esconde el ser humano, son verdaderos artistas, no única y precisamente de la literatura, sino de la paz.
Recientemente me he dado cuenta de que, después de todos los ratos amargos que he pasado por su culpa, sí me gusta escribir. Claro está que no tengo el talento de un premio Nóbel en el manejo de la combinación de letras, pero por muy humilde que sea mi forma de escribir, he llegado al punto de disfrutarlo.
¿Qué si me cuesta trabajo? Sería la mentirosa más grande del mundo si dijera que las palabras simplemente fluyen. La realidad dista mucho de ser esa maravillosa fantasía.
Llevo años escribiendo, pero poco tiempo disfrutándolo. A lo largo de mi vida académica he entregado “escritos” que lejos de llegar a un mínimo grado de belleza, terminan siendo ridículos y vergonzosos.
Creo que mi problema se centra principalmente en que quiero escribir como los otros escriben y como desean que escriba. Vivo aprisionada en un molde rígido de reglas y fórmulas que ni siquiera domino.
A veces, para cambiar la escritura, y el mundo, es necesario romper con todo aquello que está establecido. En la escritura hace falta ser valiente. Los escritores tienen o, si me lo permiten, tenemos que usar con valentía esa pequeña espada que está a nuestro alcance.
Siempre me ha gustado pensar que prácticamente todo lo bueno que puede hacer el hombre, está gobernado por la correcta combinación de unas pocas letras que harán que actuemos de la mejor manera en cada circunstancia.
Me atrevo a decir que aquellos que han tenido la valentía de levantar esa pequeña pero orgullosa espada en nombre de todo lo bueno que esconde el ser humano, son verdaderos artistas, no única y precisamente de la literatura, sino de la paz.
Imagen cortesía de: netcom.es