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Mientras estudiaba cuarto de primaria en el ya desaparecido Colegio Héroes de Clipperton casi toda la población estudiantil y “profesoril” desapareció, se esfumó. En ese momento desconocía la razón… bueno, sigo sin conocerla con exactitud.
La rutina usual era que al terminar el recreo todas las pirinolas de 8 ó 9 años de cuarto año regresábamos al salón para seguir haciendo las fabulosas “mecanizaciones” que tanto le gustaban a la miss Marisela (¡y que yo odiaba con todo mi corazón!). Pero en ese día trágico, no había miss Marisela, no había multiplicaciones en el pizarrón, y no había hojas de “Tips en fichas” en las bancas. Vacío total; alegría total.
Como buenos niños tomamos asiento en nuestras bancas e inventamos nuestros propios ejercicios matemáticos… Si, claro, y también nos comíamos todas las verduras que nuestras mamás nos daban cada día. No, lo que de verdad pasó es que salimos al patio a jugar. Después de atormentarnos mutuamente jugando a “los encantados”, el miedo se apoderó de cada uno de nosotros. Estábamos solos en el mundo, sin comida o cosas para tomar…
Roberto, que hacías las veces de líder del salón, organizó una colecta de alimentos… Creo que lo único que se pudo conseguir fueron unas cuantas papas que habían sobrado de la hora del recreo. Todos moriríamos de hambre. Pero, sinceramente, la falta de comida no era el problema principal para ninguno de nosotros...
Óscar, fanático aficionado al futbol (y bastante buen futbolista, por cierto, aunque las niñas lo acusáramos de foulero), nos recordó que en la escuela existía la siniestra presencia de “la planchada”, una enfermera muerta que buscaba calmar su sed de sangre… Como todo el que busca encuentra, las niñas empezábamos a escuchar sonidos raros y a ver figuras extrañas en la azotea de la escuela (yo me imaginaba a la fantasma como una mujer con cabeza de plancha). De repente, todos mis compañeros tenían anécdotas sobre la Señora Doña Planchada, y yo sólo tenía ganas de ver a mi mamá y comerme las verduras de la hora de la comida.
Cuando el susto era muy grande, aparecieron los alumnos de los demás grupos y varios profesores. Al parecer había habido algo en el otro patio de la escuela… La Planchada despareció para no regresar jamás, bueno casi nunca regresa, sólo cuando mi mamá recuerda esta anécdota y me explica (por centésima vez) que la fantasma es una señora con el uniforme almidonado que se aparece en los hospitales de México.
La rutina usual era que al terminar el recreo todas las pirinolas de 8 ó 9 años de cuarto año regresábamos al salón para seguir haciendo las fabulosas “mecanizaciones” que tanto le gustaban a la miss Marisela (¡y que yo odiaba con todo mi corazón!). Pero en ese día trágico, no había miss Marisela, no había multiplicaciones en el pizarrón, y no había hojas de “Tips en fichas” en las bancas. Vacío total; alegría total.
Como buenos niños tomamos asiento en nuestras bancas e inventamos nuestros propios ejercicios matemáticos… Si, claro, y también nos comíamos todas las verduras que nuestras mamás nos daban cada día. No, lo que de verdad pasó es que salimos al patio a jugar. Después de atormentarnos mutuamente jugando a “los encantados”, el miedo se apoderó de cada uno de nosotros. Estábamos solos en el mundo, sin comida o cosas para tomar…
Roberto, que hacías las veces de líder del salón, organizó una colecta de alimentos… Creo que lo único que se pudo conseguir fueron unas cuantas papas que habían sobrado de la hora del recreo. Todos moriríamos de hambre. Pero, sinceramente, la falta de comida no era el problema principal para ninguno de nosotros...
Óscar, fanático aficionado al futbol (y bastante buen futbolista, por cierto, aunque las niñas lo acusáramos de foulero), nos recordó que en la escuela existía la siniestra presencia de “la planchada”, una enfermera muerta que buscaba calmar su sed de sangre… Como todo el que busca encuentra, las niñas empezábamos a escuchar sonidos raros y a ver figuras extrañas en la azotea de la escuela (yo me imaginaba a la fantasma como una mujer con cabeza de plancha). De repente, todos mis compañeros tenían anécdotas sobre la Señora Doña Planchada, y yo sólo tenía ganas de ver a mi mamá y comerme las verduras de la hora de la comida.
Cuando el susto era muy grande, aparecieron los alumnos de los demás grupos y varios profesores. Al parecer había habido algo en el otro patio de la escuela… La Planchada despareció para no regresar jamás, bueno casi nunca regresa, sólo cuando mi mamá recuerda esta anécdota y me explica (por centésima vez) que la fantasma es una señora con el uniforme almidonado que se aparece en los hospitales de México.