Yo crecí en la Ciudad de México. Durante el breve periodo en que fui estudiante de kinder, me divertí y sufrí mucho con las historias que mis pequeños coetáneos contaban sobre los muy temidos robachicos. Hace tanto tiempo que asistí al kinder que ya ni me acuerdo si la siguiente parte de la historia es verdad o producto de mi imaginación.
Una de las pequeñas pulgas que tenía como compañero era un chico sumamente delgado y blanco, algo así como una versión masculina de Merlina Addams. No me acuerdo cómo se llamaba, pero tenía cara de Luis o Daniel. El tema de los robachicos giraba en torno a la omnipresencia de estos seres monstruosos. Según contaba –llamémoslo Luis-, los malosos se aparecían hasta en las coladeras, listos para atacar al primer niño indefenso que vieran para arrastrarlo a un mundo subterráneo donde sería victima de las más terribles torturas: comer verduras todos los días y no ver televisión, es decir perderse el programa de los Tiny Toons.
Mi tierna mente infantil se creía todas las historias tontas que contaban mis compañeros durante la hora del recreo. Comíamos adentro del salón, sobre las típicas bancas en forma de trapecio que hay en todas las escuelas para pigmeos. Luis, mientras contaba sus historias fantásticas, solía masticar sus galletas y expulsar por la boca una delgada nieve café sabor canela. Yo vivía en constante miedo. Evidentemente ningún hombre salió de la coladera ni me metió el brócoli por la nariz, pero ahora me creo otras cosas muy tontas que varios Luises cuentan por ahí.
Una de las pequeñas pulgas que tenía como compañero era un chico sumamente delgado y blanco, algo así como una versión masculina de Merlina Addams. No me acuerdo cómo se llamaba, pero tenía cara de Luis o Daniel. El tema de los robachicos giraba en torno a la omnipresencia de estos seres monstruosos. Según contaba –llamémoslo Luis-, los malosos se aparecían hasta en las coladeras, listos para atacar al primer niño indefenso que vieran para arrastrarlo a un mundo subterráneo donde sería victima de las más terribles torturas: comer verduras todos los días y no ver televisión, es decir perderse el programa de los Tiny Toons.
Mi tierna mente infantil se creía todas las historias tontas que contaban mis compañeros durante la hora del recreo. Comíamos adentro del salón, sobre las típicas bancas en forma de trapecio que hay en todas las escuelas para pigmeos. Luis, mientras contaba sus historias fantásticas, solía masticar sus galletas y expulsar por la boca una delgada nieve café sabor canela. Yo vivía en constante miedo. Evidentemente ningún hombre salió de la coladera ni me metió el brócoli por la nariz, pero ahora me creo otras cosas muy tontas que varios Luises cuentan por ahí.
2 comentarios:
Este bello texto me hizo recordar que, cuando yo iba en el Kinder, era de esos niños que contaban historias por el estilo. Un día le dije a mis compañeros que yo era sobrino de "Chabelo", jajajaja. Que buenos recuerdos caray . . . el tiempo pasa factura de muchas cosas en la vida, pero no de los recuerdos, bien dice la frase, trillada quizá, que recordar es volver a vivir . . .
jajajajaja siii a mi tambien me gusto!! yo solia pensar que el robachicos era el ropavejero y no sabes como me asustaba cuando lo escuchaba!!!! mi mama se parovechaba y en efecto, me hacia comer las estupidas verduras!!! jajajaja
Natalie A.
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