sábado, 18 de julio de 2009

Mouriño y el piloncillo


Dos sucesos noticiosos marcaron el 4 de noviembre de 2008: las elecciones presidenciales de Estados Unidos, y el accidente aéreo ocurrido en la Ciudad de México que terminó con la vida de varias personas, entre ellas, la del Secretario de Gobernación, Juan Camilo Mouriño.

En aquella época – y lo digo como si hubiera sido hace tanto tiempo – el martes era el día más pesado de la semana por las muchas horas que tenía que estar en la Universidad. Según decía el personal administrativo de la Escuela de Comunicación, a partir de séptimo semestre era más conveniente que fuéramos a clases en la tarde para poder trabajar durante la mañana.

Era martes 4 de noviembre poco después de las 7 pm cuando, en medio de la clase de Comunicación y Desarrollo Social, una compañera empezó a decir que un avión se había caído en la zona de Las Lomas. En ese momento yo estaba checando en la computadora cómo iba la elección de Estados Unidos. El tiempo pasaba y la información saturaba los portales de Internet. Eventualmente mi compañera confirmó que Juan Camilo Mouriño viajaba en el avión que se había desplomado.

Las especulaciones y teorías que trataban de responder al porqué se había desplomado el avión brotaban como hierba mala. Nos suponían que el accidente había sido error del piloto, mientras que otros atribuían el suceso a lo narcos.

Juan Camilo Mouriño no llevaba mucho tiempo en el cargo de Secretario de Gobernación, sin embargo, ciertas personas ya suponían que iba a ser el candidato a la presidencia por parte del PAN en las elecciones de 2012. Cómo podrán ver por la fotografía de esta entrada, Mouriño era un hombre todavía joven. Supongo que al momento de caer el avión – y esto no sólo le habrá ocurrido al pobre de Mouriño, sino a todas la personas al momento de morir – el Secretario de Gobernación sólo habrá pensado en sus hijos y en sus familiares más cercanos.

La vida, aunque muchos lo habrán dicho antes que yo, se va en un abrir y cerrar de ojos. Me parece que muchos piensan en el momento justo antes de morir en las cosas que les hubiera gustado hacer y en las personas que más quieren. Tomo el caso de Mouriño simplemente como ejemplo del final trágico de una vida, y de ninguna forma pretendo decir que vivió mal o bien.

Hace un rato estaba escuchando “Who’d have known” de la cantante británica Lily Allen, y una línea que dice algo así como “me quedaría aquí todo el tiempo viendo televisión y tomando vino” me llama muchísimo la atención (pueden escuchar la canción en la barra de video. Den click en el primero). Cualquier persona en su sano juicio (o infinita amargura) pensaría que pasarse un día entero viendo televisión y tomando vino es una pérdida estupidísima de tiempo valioso. Pero, porque siempre tiene que aparecer esa palabra, yo cero que esos días en los que “desperdiciamos” el tiempo, son los que le dan un toque de dulzura a la vida. Por supuesto, no hay que abusar de esos días porque lejos de ser unos toques dulces, se vuelven en la vida, y vaya que sí sería un desperdicio pasarse setenta y tantos años viendo televisión y tomando vino (¿viviría setenta y tantos?)

Es como ser una bebida el día en que llega la muerte: puedes ser una cerveza asquerosamente amarga o un delicioso vaso de Coca-Cola. Yo no quiero arrepentirme por haber dejado pasar los días de tomar vino y ver televisión. Y sí, quiero ser un vaso de Coca-Cola y no una amargada… Aristóteles tiene la razón: la virtud está en el terreno medio entre dos vicios.


Imagen: quien.com

1 comentario:

Jorge Raúl Nacif dijo...

En lo personal, preferiria ser una cerveza!!!! pues causa muchos menos daños a a la salud, a la larga, que una coca cola. Decía mi doctor que si te tomas una o dos cervezas diarias, te ayuda a la circulación y a un mejor proceso digestivo. Pero claro, en exceso, todo es malo.