martes, 7 de abril de 2009

Las fotos del recuerdo


Filomena se fue a acostar una vez más. Para ella no era nada extraño, lo había hecho los últimos 99 años de su vida. Siempre seguía el mismo ritual: cepillarse los dientes, lavarse perfectamente la cara y ponerse crema. Acostada, se tapaba hasta el cuello, aunque hiciera calor. Esta noche, sin embargo, Filomena no apagó la luz. Sintió la necesidad de ver todas las fotografías que estaban puestas sobre el mueble colocado en frente de su cama. Su cuarto tenía un mueble color crema tamaño mediano, pero con cuatro grandes cajones. El mueble había sido motivo de curiosidad para sus nietos quienes habían descubierto que dentro había ropa y joyas que la abuela había usado de joven: guantes largos, de esos que llegaban hasta los codos, una pañoleta y unos abanicos traídos desde España, algunos collares de perlas y su anillo de compromiso. Sobre el mueble había varias fotografías, la mayoría en blanco y negro, y una lámapara de cerámica gris con grabados inspirados en el arte y cultura de Egipto.


Pero en este momento lo que le interesabe eran las fotografías.


Filomena había nacido un poco antes de que estallara la Revolcuión Mexicana. Su infancia fue difícil y ni siquiera pudo termianr la educación primaria. Desde pequeña, por el descalabro económico que sufrió su rica familia de hacendados, Filomena se vio obligada a trabajar cargando y vendiendo grandes ollas de barro. La única alegría que tenía durante el año era cuando llegaba la feria al pueblo. Ahí, Filomena se tomó una fotografía. Cerca de noventa años después, se vio con ojos de admiración. Aparecía como una pequeña niña con dos grandes trenzas, envuelta en un rebozo y delante de un fondo tradicional mexicano: el Popocatépetl y la Iztaccíhuatl.


Filomena era simplemente Filomena, pero seis años después de haberse tomado la foto en la feria, se casó con Miguel, uno de los chicos más trabajadores de la ciudad. Su vestido no había sido nada del otro mundo, pero al verlo en la fotografía ochenta años después, Filomena se alegró. Toda la vida había visto a Miguel como el muchacho del que se enamoró cuando prácticamente era una niña. Según ella, ése había sido uno de los secretos de la felicidad en su matrimonio.


Su primera hija, María, había llegado, como se dice comúnmente, con torta bajo el brazo. La laboriosidad de Miguel permitió que la familia pudiera comprar algunas de las tierras cultivables que antes habían pertenecido a la familia de Filomena. Las lluvias de ese año provocaron que las cosechas de Miguel fueran ricas y que se pudieran vender en uno de los grandes mercados de la Ciudad de México a un excelente precio. Nació María y de inmediato la bautizaron. Miguel organizó una gran fiesta y se tomaron una foto con todos los invitados.


Cada uno de los niños que tuvieron Miguel y Filomena aumentó la felicidad en la casa y el dinero en las bolsas del marido, sin que necesariamente llegara a ser rico. Miguel llevó a la familia a la Ciudad de México. Visitaron el centro histórico, la Roma y la no muy vieja Condesa, pasearon por Chapultepec y se tomaron una foto frente al Castillo. También en ese viaje, Filomena, que había escuchado que en el día de su nacimiento Alberto Braniff logró elevarse en un avión por primera vez en cielo mexicano, pidió visitar la recién abierta Escuela de Aviación. La impresionaron las máquinas voladoras y para su sorpresa, uno de los pilotos experimentados la invitó a dar una vuelta en avión. Se le proporcionó la ropa adecuada, chamarra de piloto, gorro y gafas, y se divirtió más que nunca. Ella siempre había sido valiente y audaz. Por supuesto que se quiso retratar frente al avión.


Bodas, bodas y más bodas. Por fin, después de 25 años de matrimonio, su segunda hija - la primera se había metido al convento - les anunció que iban a ser abuelos primerizos. La llegada del nieto fue gran motivo de felicidad para Filomena y Miguel. Por supuesto que oragnizaron una gran fiesta para recibir al niño. Tan pronto nacio, se tomaron decenas de fotos con el bebé en el hospital. La favorita de Miguel estaba en el mueble de Filomena.


Algunos años después, murió Miguel. La casa quedó en silencio y por algunos años se dejaron de tomar fotos. Filomena quedó completamente triste. En un esfuerzo por hacerla olvidar lo que había ocurrido, sus hijos le regalaron un viaje a Europa. Se tomó fotos en Roma, Pisa, París, Madrid y Berlín. Pero en su mueble sólo estaba la foto de Filomena frente a San Pedro. Siempe había querido ir ahí con Miguel. Por supuesto que sus aventuras por Europa no le devolvieron la alegría, pero sí el nacimiento de su primer bisnieto en el 80. La familia se había hecho grande y el mueble estaba lleno de fotos. En el 2000 toda la familia se reunió para celebrar el cumpleaños 90 de Filomena.


2009. Filomena veía con mucho cariño sus fotos, cerró los ojos y finalmente entró en un sueño eterno. La vida, en efecto, había pasado frente a ella en unos cuántos segundos. Pensó que había tenido una excelente vida. Había vivido bien y había sido feliz.



1 comentario:

Jorge Raúl Nacif dijo...

Me encantó este texto. ¿Se te ocurrió a ti o te inspiraste en algo?
Muy bello, sobre todo porque me identifiqué, pues disfruto mucho ver las fotografías del pasado y las cosas del ayer.