lunes, 11 de octubre de 2010

Los huéspedes de honor


Sentada en la estufa,

adentro de una olla

gritaba Rodolfa,

blanca y fea cebolla.


El agua caliente

quemaba su ropa,

pero el ajo en diente

pensaba en la sopa.


Harán un banquete

con sopas de pasta

y el ajo zoquete

tenía un hambre vasta.


La gorda cebolla

gritaba de dolor,

la gran ampolla

la hizo soltar sabor.


La chef Severa

tomó al tragón ajo,

con cuchara austera

lo mató de un tajo.


En la bella cena

probaron comida

pero es una pena

no tenían vida.

Las historias fantásticas de Luis


Yo crecí en la Ciudad de México. Durante el breve periodo en que fui estudiante de kinder, me divertí y sufrí mucho con las historias que mis pequeños coetáneos contaban sobre los muy temidos robachicos. Hace tanto tiempo que asistí al kinder que ya ni me acuerdo si la siguiente parte de la historia es verdad o producto de mi imaginación.

Una de las pequeñas pulgas que tenía como compañero era un chico sumamente delgado y blanco, algo así como una versión masculina de Merlina Addams. No me acuerdo cómo se llamaba, pero tenía cara de Luis o Daniel. El tema de los robachicos giraba en torno a la omnipresencia de estos seres monstruosos. Según contaba –llamémoslo Luis-, los malosos se aparecían hasta en las coladeras, listos para atacar al primer niño indefenso que vieran para arrastrarlo a un mundo subterráneo donde sería victima de las más terribles torturas: comer verduras todos los días y no ver televisión, es decir perderse el programa de los Tiny Toons.

Mi tierna mente infantil se creía todas las historias tontas que contaban mis compañeros durante la hora del recreo. Comíamos adentro del salón, sobre las típicas bancas en forma de trapecio que hay en todas las escuelas para pigmeos. Luis, mientras contaba sus historias fantásticas, solía masticar sus galletas y expulsar por la boca una delgada nieve café sabor canela. Yo vivía en constante miedo. Evidentemente ningún hombre salió de la coladera ni me metió el brócoli por la nariz, pero ahora me creo otras cosas muy tontas que varios Luises cuentan por ahí.

Bestias de aquí


Hoy llegó un perro a vivir con la familia, otro más en la larga lista de mascotas que han formado parte de la casa. Es un dálmata que mi hermana pequeña consiguió en adopción de una señora bastante exótica –tiene un café Internet decorado en el exterior con una pintura que muestra una parvada de flamingos– que forma parte de una asociación protectora o algo por el estilo.

De un tiempo para acá he notado que se ha puesto muy de moda todo lo que tiene que ver con los derechos de los animales. No entraré en planteamientos filosóficos para discutir sobre la dignidad de los animales porque nunca voy a dejar a nadie conforme. Lo que sí es claro es que hay personas, muchas personas, que últimamente se dedican a defender a los animales con más furia que a los niños que viven desprotegidos en las calles de esta ciudad.

Mi hermana es siempre una excelente fuente de anécdotas perrunas porque mantiene un intercambio regular de ideas con los socios de las organizaciones protectoras de animales. En una ocasión ocurrió que se peleó con una mujer completamente obsesionada con los perros. Sinceramente no recuerdo porqué surgió el conflicto, pero sí el hecho de que la mujer en cuestión insultó a mi hermana porque en mi casa valoramos más a las personas que a los animales.

Debo aclarar que no estoy de acuerdo con que algunas personas mutilen y torturen a los perros ni a ninguna otra clase de animal, pero tampoco me parece bien que se valore más a un animal que a un bebé. Mamá también es una rica fuente de anécdotas fantásticas: mientras ella caminaba por una tienda departamental, cuyo nombre evoca a un puerto inglés, una feliz familia hacia su propio recorrido por los pasillos atiborrados de gente. Lo particular de esta familia es que el inquilino de la carriola que llevaban no era un bebé, sino una perra con vestido, moños, holanes y toda la cosa.

A diferencia de cuando era niña, ya casi no se ven mujeres embarazadas, pero, al menos en mi colonia, casi todo mundo pasea a algún perro, aunque sea uno estilo rata mugrosa. Y me molesta porque también es cierto que la mayoría de los dueños desconsiderados jamás recoge los regalitos que sus tiernas y hermosas mascotas van dejando por ahí.

En el caso de los perros, como en prácticamente todo, se debe encontrar el equilibrio perfecto. Ni los perros ni ningún animal están para satisfacer la curiosidad y los deseos morbosos de los humanos, pero tampoco deben ser tratado como reyes. Es muy injusto lo que hacía, por poner un ejemplo, el actual mariscal de campo de las Águilas de Philadelphia, Michael Vick, quien en sus ratos libres se dedicaba a organizar peleas de perros. Pero también creo que es igual de injusto vestir a las perras de muñecas, subirlas en una carriola y llevarlas de paseo el domingo a la tienda departamental que la gente visita, cosa que considero como maltrato hacia los animales. Cierro con un poema que publicó George Orwell, escritor británico, en su excelente novela “Rebelión en la granja”:

Beasts of England, Beasts of Ireland,

Beasts of every land and clime,

Hearken to my joyful tidings

Of the Golden future time.


Soon or late the day is coming,

Tyrant Man shall be o'er thrown,

And the fruitful fields of England

Shall be trod by beasts alone.


Rings shall vanish from our noses,

And the harness from our back,

Bit and spur shall rust forever,

Cruel whips no more shall crack.


Riches more than mind can picture,

Wheat and barley, oats and hay,

Clover, beans and mangel-wurzels

Shall be ours upon that day.


Bright will shine the fields of England,

Purer shall its waters be,

Sweeter yet shall blow its breezes

On the day that sets us free.


For that day we all must labour,

Though we die before it break;

Cows and horses, geese and turkeys,

All must toil for freedom's sake.


Beasts of England, Beasts of Ireland,

Beasts of every land and clime,

Hearken well, and spread my tidings

Of the Golden future time.


Imagen: Pug (carlino) vestido como Marilyn Monroe. Cortesía: Life.com