jueves, 23 de julio de 2009

Hacia lo alto


No tiene nada que ver con lo que usualmente aparece en en blog, pero tal vez a alguien le sirva.

Cuando pensamos en los santos lo último que pasa por nuestra mente es algún momento de sus vidas en el que hayan fumado, escalado una montaña, asistido a una fiesta llena de jóvenes o salido con alguien del sexo opuesto.

El siglo XX nos dejó a muchos ejemplos de santidad y perfección cristiana que lejos de encerrarse en un monasterio o convento, vivieron su juventud y edad adulta de la misma forma que cualquiera de nosotros.

Un caso así es el de Pier Giorgio Frassati, un joven que fumaba pipa, practicaba alpinismo y futbol, estudiaba ingeniería, tenía una vida social activa y ponía en el centro de todas sus acciones a Jesús.

Frassati nació el 6 de abril de 1901 en Turín, Italia, dentro de una familia muy rica. Su padre, Alfredo, fue embajador en Alemania y fundador del periódico La Stampa, y su madre, Adelaida, era pintora. Tuvo una hermana, Luciana, quien murió en 2007 a los 105 años de edad.

El hogar Frassati no era profundamente cristiano, pero cuando Pier Giorgio llegó a la adolescencia, empezó a adentrarse en el Evangelio y pronto se hizo miembro de numerosas asociaciones católicas, a las cuales trataba de acercar a otros jóvenes.

Decide estudiar ingeniería, y en la Universidad lleva a cabo diversas actividades de apostolado entre sus compañeros, aunque muchas veces fue criticado por sus convicciones religiosas.

A pesar de pertenecer a una familia rica e importante de Turín, Pier Giorgio dedica buena parte de su tiempo y dinero a los pobres y enfermos de los barrios más necesitados de su ciudad natal.

Pier Giorgio ganó fama como opositor de la ideología fascista que estaba tomando fuerza en Italia y que llegaría al poder algunos años después.

Como cualquier otro joven, quería casarse y formar una familia. Conoció a una chica, Laura, con quien empezó a relacionarse de forma muy cercana, pero la familia Frassati nunca vio con buenos ojos la amistad de su hijo con una mujer de diferente clase social.

En 1925, después de mucho tiempo de hacer visitas a los enfermos de Turín, a Pier Giorgio le diagnosticaron poliomielitis, pero la familia, al enterarse, no le puso mucha atención porque era un joven de 24 años y, además, la abuela estaba mucho más grave.

El 4 de julio de 1925, una semana después del diagnóstico y poco antes de titularse, Pier Giorgio muere a pesar de los esfuerzos de sus padres que finalmente le pusieron atención. A su funeral se presentaron muchas de las personas pobres a las que había ayudado a lo largo de sus últimos años de vida.


El Papa Juan Pablo II lo beatificó el 20 de mayo de 1990 y se espera que haga un milagro importante para proceder con su canonización.

Imagen: sdbtrento.it

sábado, 18 de julio de 2009

Mouriño y el piloncillo


Dos sucesos noticiosos marcaron el 4 de noviembre de 2008: las elecciones presidenciales de Estados Unidos, y el accidente aéreo ocurrido en la Ciudad de México que terminó con la vida de varias personas, entre ellas, la del Secretario de Gobernación, Juan Camilo Mouriño.

En aquella época – y lo digo como si hubiera sido hace tanto tiempo – el martes era el día más pesado de la semana por las muchas horas que tenía que estar en la Universidad. Según decía el personal administrativo de la Escuela de Comunicación, a partir de séptimo semestre era más conveniente que fuéramos a clases en la tarde para poder trabajar durante la mañana.

Era martes 4 de noviembre poco después de las 7 pm cuando, en medio de la clase de Comunicación y Desarrollo Social, una compañera empezó a decir que un avión se había caído en la zona de Las Lomas. En ese momento yo estaba checando en la computadora cómo iba la elección de Estados Unidos. El tiempo pasaba y la información saturaba los portales de Internet. Eventualmente mi compañera confirmó que Juan Camilo Mouriño viajaba en el avión que se había desplomado.

Las especulaciones y teorías que trataban de responder al porqué se había desplomado el avión brotaban como hierba mala. Nos suponían que el accidente había sido error del piloto, mientras que otros atribuían el suceso a lo narcos.

Juan Camilo Mouriño no llevaba mucho tiempo en el cargo de Secretario de Gobernación, sin embargo, ciertas personas ya suponían que iba a ser el candidato a la presidencia por parte del PAN en las elecciones de 2012. Cómo podrán ver por la fotografía de esta entrada, Mouriño era un hombre todavía joven. Supongo que al momento de caer el avión – y esto no sólo le habrá ocurrido al pobre de Mouriño, sino a todas la personas al momento de morir – el Secretario de Gobernación sólo habrá pensado en sus hijos y en sus familiares más cercanos.

La vida, aunque muchos lo habrán dicho antes que yo, se va en un abrir y cerrar de ojos. Me parece que muchos piensan en el momento justo antes de morir en las cosas que les hubiera gustado hacer y en las personas que más quieren. Tomo el caso de Mouriño simplemente como ejemplo del final trágico de una vida, y de ninguna forma pretendo decir que vivió mal o bien.

Hace un rato estaba escuchando “Who’d have known” de la cantante británica Lily Allen, y una línea que dice algo así como “me quedaría aquí todo el tiempo viendo televisión y tomando vino” me llama muchísimo la atención (pueden escuchar la canción en la barra de video. Den click en el primero). Cualquier persona en su sano juicio (o infinita amargura) pensaría que pasarse un día entero viendo televisión y tomando vino es una pérdida estupidísima de tiempo valioso. Pero, porque siempre tiene que aparecer esa palabra, yo cero que esos días en los que “desperdiciamos” el tiempo, son los que le dan un toque de dulzura a la vida. Por supuesto, no hay que abusar de esos días porque lejos de ser unos toques dulces, se vuelven en la vida, y vaya que sí sería un desperdicio pasarse setenta y tantos años viendo televisión y tomando vino (¿viviría setenta y tantos?)

Es como ser una bebida el día en que llega la muerte: puedes ser una cerveza asquerosamente amarga o un delicioso vaso de Coca-Cola. Yo no quiero arrepentirme por haber dejado pasar los días de tomar vino y ver televisión. Y sí, quiero ser un vaso de Coca-Cola y no una amargada… Aristóteles tiene la razón: la virtud está en el terreno medio entre dos vicios.


Imagen: quien.com